
FILOSOFIA/RELIGION/ETICA

Hace varios años una amiga peruana me regaló un pequeño libro con este título: La moral del camaleón.
“Los capiteles de las catedrales románicas reproducían figuras de animales sacadas de las páginas del Apocalipsis[1]. Y en nuestro fin de siglo no puedo por menos de traer a la memoria aquel bestiario nietzscheano[2], que condensaba la historia de la moral en tres animales:
– el camello, cargado de pesados fardos, la moribunda moral del “yo debo”.
– el león, afirmante de su voluntad, la moral del “yo quiero”.
– el niño, que en su lúdica simplicidad, dice sencillamente “yo soy”.
Una nueva ficción… al camello, si es que ha muerto, no le ha sucedido león o niño alguno en nuestro finisecular bestiario, sino más bien un animal humilde, de pelaje bien poco apocalíptico, bien poco épico, pero sin duda “light”(suave).
– El camaleón, que dice sin escrúpulos “yo me adapto”.
¿Es que será imposible dibujar, al menos como yo proyecto, más allá de camellos, leones, niños o camaleones una ética del hombre- mujer y varón- adulto?”, termina la autora de aquel libro.
¿Cuál sería nuestra respuesta teniendo en cuenta la realidad colombiana?
Este libro me recuerda a tantos compatriotas míos que alguna vez en su vida han usado la estrategia “del camaleón” y otros que han usado la de los “leones”.
Buscando en mi entorno, y para ser justo, he encontrado también- aunque pocos- “camellos” y “niños”.
Quisiera detenerme en aquella actitud que aunque en distintas proporciones todos hemos tomado alguna vez. Se trata de cambiar de colores según el lugar donde me pare. Se trata de la falta de criterio propio que es el otro extremo de la obstinación en el criterio. Se trata de expresar y hacer ver aquel color que el entorno tiene o quiere oír y ver. Para no desentonar, dicen algunos. Para no “quemarse” dicen otros.
En resumen, creo que podríamos llamarlo como siempre lo llamaron nuestros abuelos y padres: falta de civismo.
Vayamos primero a las causas posibles:
Una de ellas puede ser la falta de criterio propio por desconocimiento o por incapacidad.
Otra causa: el miedo a expresar el criterio que se tiene. Cuando hay miedo falta libertad.
Puede ser la causa más profunda y difícil.
El oportunismo, el oportunista no es el que asume la realidad y actúa oportunamente sino el que espera que cambie la realidad y actúa deshonestamente para aprovecharse de ella. Es el motivo más frecuente de la cultura del camaleón.
De estas causas llegamos a lo que hoy se llama “doble moral”, término tan usado por las más diversas tendencias, pero que- según veo solo se analiza para fustigar a quienes la practican sin profundizar en el origen profundo de esa actitud. Hemos enunciado nada más que 3 causas que pudieran servir para que usted mismo busque las demás. ¿Cuál de estas 3 razones le parece más generalizada en nuestro medio? ¿O son las 3 juntas, que combinadas se hacen más fuertes y dan origen a tanta “doble cara” en nuestro conciudadanos de hoy?
MÁSCARAS POLÍTICAS
Pero este fenómeno no es propio solo de nuestros días, parece que es uno de los males que hay que enmendar en nuestra cultura colombiana, tan tropical y tan ecléctica que necesita auténticos asideros -y los tiene-, para llegar al vórtice de este ciclón caribeño que es la colombianidad. Lo que sucede puede ser que no lleguemos, con tanta superficialidad y veleidades de adolescente provinciano que de pronto se abre al mundo, a alcanzar esos asideros que hace más de un siglo están ahí. ¿No será que muchas veces los antifaces del miedo, el oportunismo y la ignorancia (provocados por la sustitución de nuestros fundadores por otros foráneos y lejanos a nuestra cultura), no nos dejaron ver claro esos asideros y señales?
El padre Félix Varela, “quien vio claro” y “nos enseñó primero a pensar”, nos alertó desde Filadelfia, con estas palabras:
“Es tan frecuente entre los hombres encubrir cada una de sus verdaderas intenciones y carácter…
Desgraciadamente hay ciertos medios que, sin embargo, de ser bien conocidos, producen siempre efecto, cuando se saben emplear y la juventud, que por ser generosa, siempre es incauta, cae con frecuencia en los lazos de la más negra perfidia. Yo llamo a estos medios máscaras políticas, porque efectivamente encubren al hombre en la sociedad, y le presentan con un semblante político muy distinto del que realmente tendría si se manifestasen abiertamente”
(Félix Varela, “Máscaras Políticas”).
No cabe ahora preguntarse en qué medida está vigente en nuestra sociedad esta descripción de Varela, bastaría estar atento en una reunión en nuestro centro de trabajo o de estudio; en un encuentro cultural o religioso; en una simple conversación de conocidos en el parque. Mejor aún, bastaría con sorprendernos a nosotros mismos para comprobar que la cultura del camaleón ha invadido hasta lo más íntimo de nuestros tuétanos. Quizás porque hasta allí ha llegado el miedo sutil a no se sabe bien qué advertencia, qué “recado”, qué conducta “potencialmente ilícita”, qué problema familiar manipulado o qué “peligrosidad” decretada por un vecino de mi propio barrio.
Más bien convendría seguir las enseñanzas del padre de nuestra cultura que especifica:
“Son muchas estas máscaras, pero yo me contraeré a considerar las principales, que son el patriotismo y la religión, objetos respetables, que profanados, sirven de velo para encubrir las intensiones más bajas, y aún los crímenes más vergonzosos…
Siempre abundan estos enmascarados, porque siempre hay hombres infames, para quienes las voces, patria y virtud nada significan, pero en los cambios políticos es donde más se presentan, porque entonces hay más proporción para sus especulaciones. Nada hay más fácil que conocerlos si se tiene alguna práctica en observar a los hombres. Esta es la que yo recomiendo a la juventud para quien principalmente escribo”. (Ídem.pag.107 y 11).
La “practica en observar a los hombres” que Varela recomienda sobre todo a los jóvenes, es un arte de discernimiento y mesura, que nada tiene que ver con la intriga y la murmuración esquinera e implacable en su juicio, ni con su clasificación, falsa y facilona de hombres y posiciones, a la “izquierda”, a la “derecha”, “equilibrados” o “fanáticos”.
SER CÍVICOS
Es quitarnos las máscaras o pequeños antifaces que nos alejan del rostro del vecino, del compañero de trabajo, del amigo…
Creo que nuestro tiempo necesita mucha transparencia, muchos vitrales que dejen pasar la libertad de la luz. Transparencia que espante los fantasmas del miedo a no saber qué se esconde detrás de la cara de ocasión del que convive mi misma situación y sufre las mismas limitaciones. Que espante la cultura de la simulación y nos arranque la mutante piel de camaleón, aunque nos dejen desnudos y de un solo tono, pues más vale quedarse “en carne viva” y con un tono diferente que andar vestidos de payasos tratando de coger el monocorde de la mediocridad aburrida en la propia repetición.
Eso es ser “niño” como nos recomendaba la Palabra Encarnada en la milenaria sabiduría de un pueblo, que la desnudó en una cruz para crucificarlas por ser transparente, por decir “Yo Soy”:
“El que no sea como uno de estos niños no entrará en el reino de los cielos” (Marcos 10,15).
Si queremos que reine en nuestra sociedad la libertad, la justicia, la paz y el amor fraterno, podríamos comenzar por la “pequeña-gran” obra de cultivar el civismo.
Esto es posible. Está en todas las manos. Es un respuesta para los que dicen que aquí no se puede hacer nada.
Cultivar el civismo es remediar las causas de escasez:
INFORMARSE:
Si usted no sabe, no opine como los demás o como la mayoría. Primero infórmese. Pregunte. Lea. Averigüe bien para formarse su propio criterio y no para repetir. La inseguridad de no tener toda la información, de no haber comprendido totalmente, de considerar que solo unos cuantos tienen la verdad y el “poder del saber” paraliza el ejercicio del criterio y coloca sobre nuestros rostros “la máscara de Vicente”, que marcha “donde va la gente”. No por la maldad sino porque “no tenemos ni preparación ni tiempo para dedicarle a eso” y aunque sospechamos que la “cosa no está clara”, más vale no buscarnos más líos. Así no eres cívico, sino ingenuo. Del tipo del ingenuo devenido de la ignorancia y la falta de información.
VENCER AL MIEDO:
Primero preguntarnos: ¿A qué le tengo miedo concretamente en este caso? Esto es para ahuyentar ese miedo informe y generalizado que se sienta en la “silla turca”[3], sin permiso del que lleva la cabeza sobre sus hombros.
Segundo. El miedo no lo podemos eliminar porque es humano, sino vencer porque es una parte de nuestra objetividad. Otra parte es la voluntad. Y con fuerza de voluntad se vence al miedo. Por eso sentimos esto como una lucha en nuestro santuario interior.
Tercero. Ejercite esa fuerza. Como todo necesita entrenamiento. Comience por pequeñas “batallas” contra pequeños “miedos”. Luego no deje entrar a su casa interior miedos “grandes” y arranque de raíz las semillas de los
“baobabs”[4] que algunos tienen la misión de sembrar en nuestras noches. No demos rodeos. Al miedo se le vence cerrándole la puerta y lanzándonos por la ventana que hayamos podido abrir. Estas ventanas son los pequeños espacios de libertad. Hay que conquistarlos, no se regalan.
SER TRANSPARENTE:
Que es curarnos del “síndrome del misterio”. De la trampa de la “clandestinidad infantil”, de los “secretos” que muchos desearían que tuviéramos para jugar al “guardia y al bandido”, como en tiempos de antes.
La mejor manera de ser cívicos es como decía mi abuelo quitar los tapujos. La única ventaja que tiene la lucha cívica frente a la fuerza es una transparencia. Porque la fuerza necesita ocultar su mano para atacar a la verdad. Y la verdad no necesita atacar sino presentarse para convencer.
Por eso toda obra cívica es siempre pacífica, en sus fundamentos, en sus métodos, en su finalidad.
SER CAPAZ DE SACRIFICARSE:
No hay civismo sin abnegación, que significa negarse prebendas y utilidades, negarse posiciones y facilidades.
Es, en, fin, vivir para los demás. El oportunista es alguien que busca solo la oportuna ventaja para su egoísmo. El hombre cívico es capaz de vivir generosamente la oportunidad que le da la vida para servir a los demás, a su familia, a su patria. Si no estamos dispuestos a sacrificar algo nunca seremos hombres y mujeres cívicos.
¿Será posible diseñar, al menos como proyecto, un hombre y mujer colombianos que sean fieles hoy a las enseñanzas de nuestros mayores, que nos decían de la dignidad de su pobreza “Lo importante es estar limpio, aunque estés zurcido“?
Hoy pudiéramos decir: lo importante es ser cívico, aunque ello nos obligue a zurcir los estragos que en la entretela de nuestras vidas provoca, cada mañana, intentar salir al sol sin ocultar el rostro.
plan lector 2017
primer periodo
En el enlace anterior, puedes acceder al texto y resolver las preguntas que allí aparecen. estas se socializarán en clase.
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Semana: 21-27 de marzo.
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